El diseño del futuro se asumirá como la actividad propia de lo humano otorgándosele una importancia radical; asumirá su papel transformador y será la posibilidad de un nuevo paso en la evolución del mundo.

Texto y Fotografía: Dr. Román Esqueda Atayde

El diseño tiene un devenir sumamente interesante en la historia de la humanidad. Si bien
su inicio como disciplina “formal” suele ubicarse en un momento posterior a la Revolución
Industrial, suponiendo que un aspecto esencial de esta labor era la reproducción mecánica, la ampliación del concepto hacia diversos ámbitos de la actividad humana nos hace repensar esta historia hasta los orígenes de la humanidad, mucho más allá de dicho momento.

Todo hallazgo histórico de restos de homínidos de épocas prehistóricas viene acompañado de “objetos” creados, cosas que dictan que esos restos son propiamente humanos. La invención de objetos diseñados por una inteligencia capaz de ello es la marca de la presencia humana. Así, el diseño y lo humano se entremezclan de manera esencial. Es posible que lo propiamente humano de nuestra especie sea la transformación de las cosas del mundo y del mundo mismo a través de esa actividad que podemos llamar diseño. Estas transformaciones del mundo “natural” en un mundo humano serían previas al lenguaje hablado. Podríamos definir por tanto a la especie humana como aquella especie que diseña.

Estas transformaciones de la naturaleza no serían sino la naturaleza misma de la especie.
La contraposición Naturaleza vs Artificio (diseño) es una distinción falsa y superficial. La
naturaleza misma generó al ser transformador que diseña. Así podemos descubrir a otras
especies que “diseñan”, que no se quedaron fijas en un momento de su aparición como
especie sino que su propia evolución las llevo a rediseñar sus capacidades, sus sentidos,
sus formas de manifestarse en el entorno y de vincularse con él. El ser humano comparte
por ende la capacidad de diseñar con diversas especies: mamíferos, aves, insectos, transformadores de sus entornos y de si mismos.

El ser humano, y en tanto tal “el diseñador”, se ha transformado evolutivamente transformando su entorno y viceversa. No se trata de una relación unidireccional sino ecológica. Cada cambio del entorno o de nuestra relación con él a su vez nos cambia.
No somos seres independientes del entorno, somos el entorno mismo. La humanidad
fue cobrando conciencia de esta capacidad transformadora a la que llamamos diseño.
Diseñamos herramientas, formas de contactarnos y operar con el mundo. No somos
seres esenciales sino seres en evolución permanente. El diseño es el medio por el cual
resurgimos de nosotros mismos.

Esta conciencia tiene su expresión negativa en el cambio climático. Como especie hemos
creado un potencial de autodestrucción del todo, tomando incluso conciencia de nuestros actos de autodestrucción de lo que somos, mundo. La posible destrucción del mundo
es nuestra autodestrucción. Esto nos sitúa en una nueva conciencia de nuestra capacida
de diseño. No rediseñar nuestro mundo, nuestras actividades en toda sus dimensiones,
nuestras formas de vida, nuestros sistemas económicos, nuestra forma de desplazarnos
o de alimentarnos, sería el diseño de nuestra destrucción. Así el diseño tiene un futuro
radical. Las dicotomías Cultura vs Naturaleza, y tantas otras, se difuminan. Somos un todo con todo lo existente y éste ha sido diseñado por nosotros aunque nuestro diseño toma conciencia de si mismo ante la posibilidad de la catástrofe.

El futuro del diseño, a pesar de las oposiciones surgidas de las formas de vida tradicionales y autodestructivas que hoy se expresan como la negación de la responsabilidad de nuestro diseño, puede ser nuestra única posibilidad de un cambio positivo. El diseño rompe entonces con las limitaciones que le impuso la tradición, aquellas que lo situaban al servicio de la industria y de ciertas formas de producción.