“Uno debe crear sus símbolos y entregarse a su oficio con absoluta devoción y determinación sin importar las circunstancias”

Texto y Collage: Alberto Pazzi

Hace ocho años alguien me dio un consejo mientras limpiaba el bar a altas horas de la
madrugada. Era quizás el punto más sombrío de mi vida en Nueva York, etapa en la que
aprendí mucho al trabajar largas jornadas limpiando baños y cargando cubetas de hielo
en las entrañas de ese lugar. En una de esas pláticas que siempre se extendían hasta el
amanecer, uno de mis colegas inmigrantes me dijo: “no dejes que nada te detenga”.
Puede parecer una frase ordinaria y debo admitir que en ese entonces no tuvo mucho
impacto en mí. Solo quería terminar mi turno e irme a descansar. Con el pasar del tiempo esa línea se convirtió en una voz firme y testaruda dentro de mí, en algo fundamental, sobre todo durante esta cuarentena.

Ir a una escuela de arte nunca fue una opción real para mí. Lo razonable era inclinarse
por alguna carrera más aplicable e inmediata. Personalmente no encontré lo que buscaba en los pasillos de la escuela de diseño, en ese color tedioso como el de un folder
que tenían las paredes y los restiradores; en esa placa que rezaba que “la inspiración
llega pero te tiene que encontrar trabajando” justo después de esos escalones que eran
la antesala a unas aulas que no destacaban por nada especial. Fue así que comprendí
que la inspiración o la motivación por crear arte no es una entidad que desciende sobre
ti desde la bóveda celeste como una paloma en llamas… es un motor que se enciende
desde tu interior y debes saber echarlo a andar.

Ahora esta pandemia me toma en Nueva York, ciudad que todo me lo enseñó. Decidí
comenzar una serie de collages usando solamente recortes de papel y cartón que encontré en mi casa, por lo que me vi obligado a escarbar entre libros y viejos objetos de
valor sentimental. Encontré correo, boletos de conciertos, calcomanías, cartas de amor
y un montón de postales que junté con el pasar de los años. Hoy este ejercicio resulta
en veinte obras que me han traído tremenda satisfacción y regocijo, siendo una práctica
redituable pues gracias al apoyo de los seguidores he solventado los gastos de todo un
mes; eso, en una ciudad tan cara y en una crisis económica sin precedentes, refleja que
la gente nunca dejará de consumir arte.

Solo el tiempo decide cuál es el valor artístico que se le da a una obra. Para ser franco,
veo que es una delgada línea la que determina si una pieza es considerada una obra
de arte o un sobrevalorado pedazo de basura. Eso depende del observador, y cada individuo tiene una percepción distinta de la belleza. Lo que me queda claro es que uno
como artista no debe dejar de trabajar. Uno debe crear sus símbolos y entregarse a su
oficio con absoluta devoción y determinación sin importar las circunstancias. Por más
turbulenta que sea la marea que nos rodeé, el artista debe encontrar una especie de
isla en sí mismo(a). Un artista debe saber apreciar el sufrimiento, debe saber estar solo.
Del sufrimiento proviene el mejor trabajo y el sufrir trae consigo transformación. Uno
no debe dejar que nada lo detenga.

Hoy más que nunca la necesidad de reinventarse no es propia ni exclusiva del artista,
sino de la humanidad en general. Haciendo frente a la contingencia he dejado de pensar
en mí como un desempleado más o como una víctima de cualquier sistema que por
opresor se atreviera a obstruir mi desarrollo. He dejado de pensar en excusas. Que la
idea de convertirnos en artistas de tiempo completo no nos asuste, que no suene como
una idea romántica e imposible, sino como un estilo inherente de vida.