La continuidad de los paisajes urbanos recreados en la obra de Laurent Minguet bajo decreto del pincel no son solo la ilusión de una transparencia natural y sugestiva, sino una invitación a viajar con total libertad.

Texto: Mateo Pazzi
Fotografía: Cortesía Laurent Minguet

Laurent Minguet nació en 1969 en Toulouse, Francia, donde actualmente vive y trabaja.
Aficionado al acrílico sobre lienzo aprendió de manera autodidacta el arte del pincel hasta perfeccionar sus habilidades en el estilo hiperrealista. Su generación estuvo influenciada por la turbulenta década de 1980, marcada por el creciente capitalismo global, el rebose de los medios de comunicación y las significativas discrepancias en la distribución de la riqueza, flanqueados a su vez por ese distintivo e inigualable sentido de la música y la moda de entonces.

Procedente del mundo industrial, el también renombrado diseñador decidió dedicarse a una carrera como artista visual en el año 1998, inspirado por sus primeros grandes viajes donde se descubrió fascinado por los paisajes que pronuncian en voz alta la idea de hiperurbanización. Se volvió en él una cierta adicción visitar las megaciudades en busca del mejor ángulo fotográfico de los lugares icónicos en ellas. De regreso en su estudio Minguet dibujará primero a bolígrafo alzado estas imágenes, de manera metódica, antes de refinarlas con pintura y una maestría que resulta notable gracias al equilibrio de sus contrastes.

Los sustratos que utiliza en su obra bien pueden ser nogal, cerezo o roble, maderas valiosas cuidadosamente seleccionadas para que su veteado aleatorio fortalezca la dinámica de una unidad altamente detallada. Su línea, precisa y crítica, congela por un instante la agitación y la densidad arquitectónica de su composición gráfica, para dar paso a una ruptura comandada por la desfachatez de un acrílico monocromático que se opone a la precisión fotorrealista de la pintura, revelando así la fuerza de sus diferentes
interpretaciones. Se trata de un gesto supremo propio del arte callejero, igualmente violento y deshonroso que consciente y reflexivo.

Reconocemos en su obra atisbos de Londres, Nueva York, San Francisco, Tokio, Berlín o Los Ángeles; las vemos estupefactas gracias a la línea agraciada del artista. Como acto final, Minguet vuelve al bolígrafo para deleitarnos nuevamente, para dibujar sobre el color [desparramado] un aspecto edificado que nos oculta. Como si la pintura dejara asomar al dibujo, dándole un frente, fanfarroneando sin pena sobre una posible transparencia del color. La obra artística de Laurent Minguet es atractiva desde lejos, es brillante, intrigante y fotogénica; y nosotros al acercarnos no nos resta más que
descubrir la impresionante calidad técnica de su línea, increíblemente detallada.