Texto: Jania Salcedo
Fotografía: Michelle Vela / Roberto Ramírez

En búsqueda de conmover el espíritu.

A través de la exploración del color, de las sombras y de las luces, la artista busca reflejar las cargas emocionales que el ser humano padece, comenzando con las suyas. “Utilizo la pintura, el dibujo y la foto como una herramienta para materializar lo que me carcome, lo que me daña, lo que me conmueve o lo que me hace feliz. Conectar con mis reflexiones, mis angustias y mis experiencias; ‘deglutirlas’, transformarlas y exponerlas, así es mi crear”.

Los conceptos grises, violentos, tristes y “no digeribles” sobresalen en cada una de sus piezas representados con una paleta de colores oscuros. “Aunque pudiera parecer que mi
obra tiene un carácter depresivo que no queremos ver, en la fantasía de la pintura puedo encontrar la esperanza que no se encuentra en la realidad o que se ocultaba a simple vista. Trabajo con la premisa de que siempre hay un toque de esperanza en esta vida revuelta”.

Considerándose como una alquimista que mezcla elementos muy diferentes en un mismo lienzo, entre paisajes solitarios, misteriosos y desasosegantes, la simbología toma su lugar mediante la representación de frutas, faldas largas plisadas (vestigios de la danza folclórica), figuras masculinas y femeninas, nubes, telas, manos y pies en perspectiva. En ocasiones, seres sin rostro, “pues todo lo comunican con el lenguaje corporal”. Con sus universos, busca conmover el espíritu, tanto suyo como el del espectador, incluso de aquellos que son muy ajenos de su ser y sus pensamientos.

Es en el arte, en todas sus vertientes, donde ha encontrado un espacio seguro, un refugio y un sentido de pertenencia. Desde la adolescencia ha explorado la danza, la música, la fotografía y la plástica, siendo en esta última donde se ha desarrollado por más de veinte años. Su primer amor fue la fotografía. “Me atraían las imágenes de las fotos antiguas, sepias, ni que decir de las fotografías en blanco y negro. Soñaba con tener una pared llena de mis propias fotos, con las que puntualizara la atención de algún detalle del mundo que veía”. Más adelante, con la influencia de su abuela, quien pintaba para sí misma, y de su esposo, un pintor, se acercó al mundo de la plástica. Desde entonces, mantiene un balance entre ambas disciplinas nutriéndose mutuamente.

Declara que su mayor recompensa como artista, además de materializar lo que siente en su interior, es poder conectar con otros y vivir de este. “Es una satisfacción muy grande cuando una obra se ‘adueña’ de una persona y esta persona la adquiere, entonces se forma un vínculo artista-obra-coleccionista que va más allá del mero hecho comercial. Es una confirmación de que el mensaje fue recibido”.

Dentro de su participación en más de treinta exposiciones colectivas, así como más de cinco individuales —abarcando la fotografía, pintura y carboncillo— , Montserrat destaca su exposición ‘Entre la diestra y la siniestra’ en el Centro Cultural El Refugio en Tlaquepaque (2018). Inspirada en su labor como madre, actualmente está trabajando en dos nuevas series: ‘Malamadre’, donde habla de las heridas de haber criado a los hijos con errores, y ‘Buenamadre’, en la que expresa algunas de las satisfacciones de
criar hijos. Además, tiene en proceso una nueva serie fotográfica de retratos.

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IG: @montsesoriano.artesvisuales
FACEBOOK: Montserrat Soriano artista visual