¡Vaya anécdotas las que tiene la artista visual Dirse Tovar de sus viajes! Como aquellas que vivió en la selva impenetrable de Uganda. Conoce los detalles de éste y muchos otros viajes, a continuación.
Por: Mario Preciado (IG: @mariopreciado_)
Fotografía: Cortesía
¿A qué te dedicas?
“Al arte, a crear y a dar talleres. Imparto cursos de pintura, de creatividad, de artes visuales y hago círculos de apreciación de cine”.
¿Cuál fue el último viaje que realizaste antes de la pandemia?
“Fui a varias zonas de Egipto”.
¿Desde cuándo eres consciente de que te gusta viajar?
“Creo que desde niña. De mi inconsciente brotó ese gusto pues soy muy curiosa y me gusta conocer cosas nuevas”.
¿Hay algún viaje de tu infancia que recuerdes mucho y por qué?
“Cuando era niña fui a Oaxaca, y en el mercado vi textiles con colores hermosos, la ropa bordada de algunas mujeres, llenas de estambres de muchas tonalidades. Observé sus huaraches y sus pies resecos que contaban muchas historias, me sorprendí al ver las figuras de diferentes animales combinados, hechos de madera con muchos colores – llamados alebrijes– y las vasijas de barro negro.
Pero lo que más me gustó, fue cuando en el área de comida me dieron a probar un taco de chapulines con el queso que se envolvía como estambre. ¡Wow! ¡Me encantó! Al otro día tomamos carretera y nos fuimos al mar. Seguro te has quedado viendo cómo las olas bailan, van y vienen mojando la arena, sobre ella surge un brillo especial con el sol, y el sonido ‘trash, trash’ al romperse la ola y creando la espuma”.
¿Para ti qué es lo mejor de viajar?
“Conocer otra cultura diferente a la mía, platicar con algunas personas del lugar, que me cuenten cosas de allí, visitar museos y zonas representativas (arqueológicas o comunes de la cotidianidad). Lo mejor de viajar es que es una oportunidad para observar otras formas de vida y replantearte la tuya.
No podría limitarme a decir una sola cosa que sea lo mejor, pues también creo que conocer la historia del lugar y estar inmerso en su paisaje sea natural o urbano es un banquete de sensaciones. Y, por supuesto, desde chiquita me encantó experimentar otros sabores al comer sus platillos tradicionales. ¡Cuando viajo, no tengo llenadera! Busco participar en alguna de sus tradiciones y, si puedo, ir a un espectáculo de danza tradicional. ¡Voy corriendo! Disfruto mucho los espectáculos, creo que proyectan mucho del lugar con su vestuario, su música y baile”.
¿Qué es lo que más disfrutas del proceso de planear un viaje?
“Bueno, yo no lo planeo, busco quién me ayude. Yo solo investigo los lugares que quisiera conocer o actividades que quiero realizar, la expongo, doy las fechas y me abro a las recomendaciones. Después me dejo llevar por la sorpresa”.
¿Tienes alguna anécdota en especial que siempre recuerdes de algún viaje?
“En Uganda, en una reserva natural de la selva impenetrable, fui a ver los gorilas espalda plateada. Éramos seis personas con tres militares dirigiéndonos en medio de la selva. Si mirabas para atrás o para delante no veías el camino, sólo ramas, hojas gigantes, troncos caídos estorbando tu paso. No había más que la humedad; te resbalabas y tenías que sortear los precipicios ocultos llenos de ramas para no caer muy profundo.
Estábamos rodeados de una vegetación que te devoraba. Nos prestaron guantes por si tocábamos alguna rama espinosa o venenosa. A la hora de estar ahí, muerta de miedo y sintiéndome sumamente frágil y desprotegida, pensé: ¿En qué momento se me ocurrió venir? ¿Si pasa algo cómo te sacan de aquí?
Al iniciar el recorrido te proponen la ayuda de un joven ugandés estudiante de Biología, nativo del pueblito cercano. Como yo me sé de poca condición física, contraté a uno de ellos pensando que al paso del tiempo en la visita, la cámara y el lente me pesarían mucho. Pues él fue medular para poder llegar a ver a los gorilas y, sobre todo, para salir sana de ahí. Sí, así lo digo. Fue una de las experiencias más extremas. Prácticamente, el chico con su altura, músculos firmes y delgados, me impulsó y cargó con un sólo brazo (…) Me ayudó con mi equilibrio, entre bajadas y subidas resbalosas, llenas de tierra y hojas húmedas; mis piernas temblorosas por el esfuerzo y las ramas que se interponían a mi paso en mi cabeza.
Fue duro, agotador, pero un verdadero e invaluable espectáculo cuando por fin, en silencio y sigilosamente, enfrentando la gravedad de un piso con exagerada diagonal, pudimos ver a la gorila hembra sentada, comiendo un bambú. El tamaño de su espalda, sus manos y uñas era para dejarte sin respiro. Nos vio con sus ojos negros y mirada profunda; decidió ignorarnos, pues no ha vivido maltrato por los humanos, aunque el militar nos advirtió mantenernos con una respectiva distancia para que no sintiera peligro. Mas tarde se oyó el crujir de unas hojas de un matorral y salió de ahí el macho, era aún más grande que la hembra, bajó con pisadas fuertes y se deslizó perdiéndose entre la selva. Atrás de él se fue la hembra”.
¿Cuál es para ti el viaje que más ha marcado tu vida y por qué?
“Cada uno me ha aportado algo y cuestionado mis juicios, valores y costumbres. Pero sin duda el que me confrontó y modificó mi ser, fue el de la India. Si vas, no te escaparás de tener una conversión mental y espiritual ante los contrastes tan fuertes de lo cultural, espiritual y de la situación económica que viven.
Por otro lado, el viaje que me dio paz, me energizó y creo que hasta me limpió mis pulmones (jaja) fue al glaciar Perito Moreno en la Patagonia, al sureste de Argentina. Ahí se está libre de lo urbano, de la presencia del ser humano corrosivo. Lo disfrutas, pero también te sabes frágil y vulnerable ante la grandiosa, mágica y hermosa naturaleza”.
¿Qué hay de las fotos que nos compartiste, de qué viajes son?
“En esta foto estoy con dos jovencitas indias conociendo un templo. Estaba con un ojo a la arquitectura y con otro a las personas. Veía sus caras y vestidos, me interesaba ver qué hacían. Y yo tenía mi cámara entre las manos, esperando que se descuidaran para tomarles una foto; me gusta hacer retrato natural de las personas de donde estoy visitando. De pronto se cruzaron nuestras miradas y nos sonreímos.
Este templo estaba en un pueblito, y aunque hablan inglés, en zonas rurales se habla alguno de los 22 idiomas de la India (bengalí, hindi, bodo, nepalí, sánscrito, tamil, etcétera), por lo que comunicarnos con un lenguaje hablado era imposible. Así que con nuestras miradas cruzadas pudimos sentirnos comunicadas; se acercaron, me miraron con curiosidad, con una gran sonrisa me dieron su cámara, a señas comprendí que querían una foto conmigo. ¡Qué sensación tan rara, se invirtieron los papeles! Ya no era yo la que quería tomarles una foto. Me convertí en la extraña. Después, les dije en español y a señas que mi nombre era Dirse, ellas dijeron su nombre. Nos dimos la mano y nos reímos emocionadas. Les pedí que nos tomáramos una foto con mi cámara. Fue muy lindo ese momento, pues se habían roto las fronteras de la comunicación, no importaba cuál fuera nuestra lengua.
En ésta estoy en el Taj Mahal, súper bronceada por el Sol. Fue hace cinco años cuando fui a la india y, aunque hice otros viajes que están más cercanos a esta fecha, quise compartir éste en particular. Cuando pensé en este viaje, quería estar estar ahí celebrando justo para el día de mi cumpleaños. Fue un cumpleaños muy importante, aunque en el momento de plantearlo no lo sabía; solo me interesaba conocer la India. Se convirtió en un rompe aguas en mi vida, es uno de los viajes que provocaron una profunda reflexión, un encuentro desde mi visión occidental hacia un pensamiento oriental, determinante en mi persona.
Encontré tres versiones de la India: una llena de espiritualidad, religiones y cosmogonías ancestrales que me enriqueció; la India lujosa sólo para algunos; y la India con una gran mayoría, donde las miradas amorosas e ingenuas de las personas de bajos recursos con su trato respetuoso, amable y su sonrisa agradecida ante el consumo de su servicio o ayuda monetaria que les das, es impactante.
Podía detectar la tranquilidad que mantenían en un caos de una ciudad donde las motos y los carros toman todos los sentidos, sin orden, entre los sonidos de claxon que no dejan de tocar ni por un segundo, vacas que no son tocadas por ser ‘sagradas’, aunque se esté con hambre y que las dejan libres haciendo sus necesidades en el mismo lugar que comen, entre la basura que está en el suelo de las calles. De entrada, es un momento en el que te llenas de información visual, auditiva y emocional muy impactante, pero después tu percepción y emoción cambia.
Te comienzas a preguntar muchas cosas acerca de tu forma de vida y tu persona, por ejemplo: me confrontó al dilema del control o dejar que las cosas pasen; me cuestionó cómo es que en México podemos estar en una ciudad con un orden de tránsito con semáforos, cierta limpieza y sanidad, oportunidades que no las recocemos hasta que comparamos. No tenemos un ruido de claxon sonando todo el tiempo que no altere y aun así no estamos tranquilos y en paz. Entonces, la respuesta es muy sencilla: la paz es interior, se necesita confianza a la vida; la aceptación de tu realidad en tu existencia, tu forma de ver al otro, de comprenderlo… compasión.
A propósito de esto, voy a contar esta anécdota de la India. Íbamos en una carretera de un carril y medio, pero que se transitaba en dos sentidos. Se hizo tráfico y paramos sin poder caminar por la cantidad de vehículos; a lado, en un pequeño espacio que daba a un barranco, un carro intentó lentamente pasar y rebasarnos, pero se quedó atorado. Pensé que nuestro conductor y los demás se enojarían y le dirían: ‘Por aprovechado te pasó eso. Por no tomar en cuenta que todos estamos esperando’.
Para mi sorpresa, no fue así. Se bajaron varios choferes y lo ayudaron a estar a salvo. Entre todos cargaron el carro con mucho esfuerzo, mi chofer se subió muy contento después de haberlo ayudado. Al vivir esto, surgen muchas preguntas y la reconciliación y comprensión a la otra persona, a tu otro yo o a ti, reflejado en el otro”.
¿Cuál es tu top de ciudades o destinos en México?
“Me encanta Ciudad de México”.
¿Cuál es tu top de ciudades o destinos fuera de México?
“París, lleno de arte, arquitectura, museos, cafés, arte culinario de primera, historia; y, Copenhague, que es sencilla, limpia y de una arquitectura hermosa. Sus terrazas al lado del rio te invitan a tomarte un café viendo el lugar como un escenario donde pasean los transeúntes. Ahí, en uno de sus restaurantes, estuve a la hora del postre y me ofrecieron un buffet de quesos. ¡Qué cosa! Todos los tipos de quesos de diferentes orígenes y tiempos de maduración. Una locura. Su gente muy educada. Yo quiero vivir ahí. Claro, sólo en época de calor, porque el frío no lo aguanto”.
¿Qué es lo que nunca falta en tu maleta cuando viajas?
“Una cámara, zapatos cómodos, un atuendo para salir de noche a una cena y un kit de medicinas por si te enfermas del estómago, o si te duele la cabeza o te lastimas un músculo. Medicinas para evitar impedimentos y seguir en tu viaje disfrutando. Cuando estoy de viaje y algo físico me pasa, me tomo una pastilla y digo ‘aunque sea lo último que haga, pero voy aprovechar que estoy aquí’”.
¿A dónde te gustaría viajar cuando las condiciones lo permitan y por qué?
“A Escocia, porque he visto fotografías hermosas de ese lugar, por su gente, y por su historia. Creo que me va a sorprender”.
¿Crees que cambiará en algún modo la manera en que viajamos a partir de la pandemia?
“Sí, mucho. Pero creo que nos acostumbraremos y no tendrá que ser un impedimento. Encontraremos la forma”.
Instagram: @dirsetovars