Un año ya de contacto físico escaso o nulo. Somos expertos en estrategias virtuales. Ya tenemos todo un stock de cubrebocas. Somos hábiles en empacar rápidamente el súper, para que la siguiente persona pueda pagar sus compras.
Por: Tere Almanza
Fotografía: Cortesía
Hacer trámites en el banco ahora implica un lapso indefinido. Ya hicimos cuatro limpiezas profundas en casa. Nos hemos habituado a recibir noticias que anuncian que otra familia está incompleta. Justo cuando pensamos que vendrían las secuelas de la pandemia viene el pico más alto. Cada persona trae uno o varios huecos que le atraviesan el alma por no poder asimilar o digerir aún la pérdida, enfermedad o muerte de alguien muy querido.
Lo único claro es que es un periodo histórico en la humanidad, donde, una vez más, no tenemos nada bajo control. Lo que restaba de arrogancia está hecho polvo. Extrañamos los “grandes problemas” de antes. Hay inevitables momentos de locura transitoria y desbordamiento emocional. Nos alegramos por detalles antes insignificantes. Reímos para sobrevivir, porque, de otra forma, nos paraliza el miedo e incertidumbre de no saber a dónde va todo esto o cuándo acaba.
Todo pasa. Eventualmente el mundo abrirá sus puertas, nos encontraremos, nos acercaremos y seguiremos adelante. Será importante validar la tristeza profunda, el agradecimiento, la pérdida, la muerte, la impotencia, la frustración y las emociones, a las que hemos de darles libertad de integrar a nuestra historia. Honremos el dolor de cada familia y de la humanidad.
También habrá que celebrar la vida, los nacimientos, los encuentros, los reencuentros, los desencuentros dados y no pedidos, y la depuración espiritual, que nos ha obligado a mirar lo esencial, que nos ha devuelto la capacidad de ser prácticos y de estar menos evadidos.
Este tiempo nos ha servido para ocultar una parte de nuestro rostro, pero también nos ha obligado a mirarnos a los ojos, a sonreír y mirar el alma. La situación actual nos ha ayudado a salir de toda zona de confort, a procurar nuestro autocuidado y a reconciliarnos con nuestra historia. Debemos agradecerle a la vida porque, al menos por hoy, podemos elegir la forma en cómo deseamos que sea nuestra existencia.