Tracemos nuestro camino menos perfecto, menos ideal, menos exigente, más amoroso, compasivo, real y humano; reconociendo cada parte de la historia.
Por: Tere Almanza
Fotografía: Cortesía
La cultura occidental tiende a buscar afuera. Buscamos crecer, aprender y desarrollarnos en función del entorno, bombardeados de estímulos, placeres momentáneos, distracciones innumerables. Nuestra mente brinca de un lado a otro, de un recuerdo a otro, de un pendiente a otro, vamos de una emoción a otra también en fracciones de segundos.
A veces pareciera que siempre ha habido pandemia y otras veces parece que el tiempo ha pasado volando; la percepción del tiempo, la dimensión de los estragos y el sentido de cambio están en constante movimiento, siempre tentados a la distorsión. Mucho se habla de las pérdidas, los estragos económicos, emocionales y sociales que enfrentaremos desde ya, y de aquí en adelante. También hemos identificado grandes experiencias como aprendizajes invaluables.
Queríamos detener el mundo y se detuvo. Con todos los claroscuros, encuentros, desencuentros, nacimientos, despedidas y luz en medio del caos. Recibimos un tiempo para identificar, abrir con amor y consciencia nuestros apegos. Apego a la riqueza material, a las personas, a los objetos significativos, a las fantasías deseadas o catastróficas creadas en tiempo futuro o las etapas gozosas y memorables del pasado. Apego a rutinas, al ejercicio, a ciertos alimentos, apego a los lugares.
En sí, no se trata de vivir en pobreza o aislados y desprendidos de todo o todos, se trata de no necesitar, de no depositar expectativas sobre esos apegos, de estar en paz con lo que hay y lo que no, con lo que está siendo, con lo que fue. Revisar que realmente esos escenarios terroríficos no se concretan si aprendemos a estar. Portar cierta estética y manejar el auto del año bien pueden darnos salud o comodidad, pero no la felicidad.
Que desde el interior surja la motivación, la gana. Busquemos los medios y generemos las condiciones y el entorno adecuado para reconocernos arrogantes, enojados, inseguros. Seamos honestos con nosotros mismos y desplacémonos poco a poco con nuestro centro, nuestro equilibrio.
Disminuyamos nuestros miedos y resistencias. Hagamos de la caída un acto voluntario que nos permita recargar fuerzas. Tracemos nuestro camino menos perfecto, menos ideal, menos exigente, más amoroso, compasivo, real y humano; reconociendo cada parte de la historia, cada decisión, no como fracasos, si no como pasos necesarios para habitar- nos a nosotros mismos dentro de la plenitud y la vida.
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Facebook: Teresa Almanza Chávez