Por: Carolina Cázares | Fotografía: Juan Carlos Casillas
Siempre en constante cambio, la obra pictórica de Tolentino plasma la belleza de lo que no puede repetirse. Se convierte en vida, en recuerdos, en memoria.
Sus pinturas parecen que son parte de la tierra y del mundo de los sueños. Se posan ante la mirada de manera serena, épica, apabullante. Cuando una obra se posa sobre un muro algo se detiene: la voz que dibuja ese arte rasga la suavidad del día y de la noche, derrama la sensación eufórica y, a la vez triste, de estar dentro de un recuerdo.
Tolentino nació en el municipio de Zapopan el 17 de junio de 1977, sus padres (comerciantes) Ángel Márquez Zapata y Guadalupe Tolentino, la criaron en un mundo en el que se mezclaban la intelectualidad, la filosofía, la literatura y el amor hacia las bellas artes. De manera natural, Tolentino buscaba la poesía de la vida escondida en un frasco con pinceles, en la textura de la pintura, en la dicotomía del sueño y la realidad. A los cuatro años fue pintora de paredes, a los dieciocho su nombre apareció en eventos culturales y, posteriormente, sus huellas pictóricas se encontraron en museos nacionales e internacionales.
Feminista, humanista, revolucionaria, licenciada en Artes Visuales y Especialista en Arte, es la mezcla de ideas con conciencia social. La fuerza de quien habla de manera contundente a través del discurso visual y plástico se expone por medio del arte. “Mis obras hablan del amor negro, de la pasión que se desborda en la vida, de la alegría prístina, de la melancolía como un todo, de la dicotomía entre la carnalidad y la fe en un mismo ser y en un mismo instante”, habla Tolentino con precisión, con pedagogía quisquillosa.
Inspirada en los grandes como Dalí, Tamara de Lempicka, Toulouse Lautrec, Siqueiros, Tamayo, entre otros, el mundo visual de Tolentino se caracteriza por el juego de colores, el universo de figuras oníricas, fantásticas, monstruosas, la humanización de los animales, la aparición de seres poblados de otros seres, todos surgidos por la mano y creatividad pueril y lúdica de la pintora.
“La vida es un yin & yang, respondo de acuerdo a mis sentimientos en cada pieza que pinto. No me gustan los patrones ni las rutinas. Me exhorto a dar mi mejor versión en cada cuadro, cada pieza es un rompecabezas que conforman mi corazón y mi mente”.
Siempre en constante cambio, la obra pictórica de Tolentino plasma la belleza de lo que no puede repetirse. Se convierte en vida, recuerdos, memoria. Desde el 2004, con su colección ‘Óperas Primas’, encontró su voz y su alma artística, hasta la transición de la plenitud sexual o la de una fábula narrativa (al convertirse en madre).
Su etapa actual se define por la búsqueda de lo etéreo, del espíritu y la magia del ser humano. Corresponsal de su tiempo, inspirada por la cotidianidad, Tolentino habla con colores en los lienzos de manera pícara, crítica las modernidades inexistentes y las civilizaciones barbáricas.
Es esta capacidad de Tolentino para decodificar líneas y entender la confusión del presente y el esquivo lenguaje de lo que vendrá. Tal como George Sand decía:
“Ha creado un traje de tela encerada para que el mundo se resbale en ella a su antojo”.
La pintora construye un conjunto de universos pictóricos visibles a través de todos los lienzos del mundo.