Texto: Matty Guzmán
Fotografía: Luis Enrique Esquivel
Su personalidad bonachona y el innegable talento de este moreliano lo han llevado a traspasar cualquier frontera y a dar a conocer su trabajo por todos los continentes.
Cuando conocí a David teníamos alrededor de cuatro o cinco años. Nunca lo volví a ver con ese look que usaba en el kínder: con uniforme y bien peinado. Vivía en una especie de mundo subalterno, ya que además de cumplir con las responsabilidades escolares, todo el tiempo lo veías pintando. De pequeño dibujaba muchas caricaturas y conforme fue creciendo demostró dos cosas: una actitud rebelde hacia las normas establecidas por la sociedad y lo bien que se la pasaba haciendo arte.
En la escuela también le iba bien, aunque a eso nunca le dio mucha importancia: desde niño deseaba ser artista. En ese momento la noticia provocó la angustia y llanto de su mamá, quien hoy es la más feliz de ver todo el crecimiento y potencial de su hijo.
Platicando con David, me comentó que su situación actual se debe a todas las personas maravillosas que ha conocido en el camino, así como a cada una de las decisiones que ha tomado. Una de ellas fue haber escuchado a un vagabundo que le dijo que podía vivir del arte en Australia. David lanzó una moneda al aire y le dejó al destino tomar la decisión entre estudiar en la UDG o irse a Australia a vivir, después de haber estado con su hermano al sur de la India.
La suerte lo llevó a Australia, donde le tocó armar su propia recámara; la bodega a la que lo invitaron a vivir no tenía los cuartos convencionales que todos conocemos. Allí conoció a grandes amigos de distintas partes de mundo, todos con alguna vocación artística como actrices, poetas, raperos, pintores. Juntos organizaban eventos masivos de arte a los que acudían cientos de personas. Fue tanto el éxito de ese lugar, que David aprovechó el único baño que había en todo el edificio para pegar dibujitos por las cuatro paredes acompañados de su Instagram. Ahí empezó todo: adquirió su primera máquina para tatuar a cambio de unos collares de madera que él hacía. Sus roomies fueron sus primeros clientes y, desde el 2013 hasta la fecha, se ha viralizado su trabajo por distintas partes del mundo.