Texto: Jania Salcedo
Fotografía: Abraham Cortés @abrahammojica

Cuando el lienzo se vuelve voz: identidad y salvación.

Para Tere Metta, crear arte es una necesidad interior y una forma de ordenar emociones, de liberar lo que siente, de encontrarse y de reconocerse. Cada una de sus piezas se han convertido en un reflejo de sus vivencias, de los momentos difíciles, los cambios y las
búsquedas personales que han acontecido en su vida.

Es en las herramientas y en los materiales artísticos donde descubre una extensión de sí misma para canalizar y liberar sus emociones sin trabas: es como si los colores y las formas hablaran por ella. Sin rumbo ni consciencia constante, su interior se filtra en
los lienzos; “muchas veces me doy cuenta hasta después de qué es lo que estaba diciendo en una obra. Es un momento muy íntimo donde me pierdo y me encuentro a la vez”.

Sus piezas tienen mucha carga emocional. Se percibe en los colores intensos que utiliza, en las formas —que no son figurativas, pero sí expresivas— y en las texturas. Además, aunque actualmente ya dejó la escultura, todavía se nota esa influencia en cómo trata la superficie del lienzo. Buscando que la obra tenga presencia, desea que los espectadores sientan algo al observarla. “No me interesa tanto explicar lo que quise decir, sino provocar una emoción, que cada quien vea lo que necesite ver”.



Su vocación la encontró a sus veintidós años, tras una profunda búsqueda de su propio camino y de definir quién es, más allá de ser mujer y madre de tres hijos. “Estaba atravesando una crisis personal y me sentía perdida. Fue entonces cuando decidí buscar
un camino para mí, algo que me definiera. Ahí descubrí la escultura y comencé a estudiar con el maestro Enrique Jolly”. Es en el arte donde encontró no solo un refugio, sino un motivo de ser: se encontró consigo misma. “El arte me salvó. Me dio un propósito,
una identidad, algo que es solo mío. Me ayudó a salir de un lugar oscuro y a construir una nueva versión de mí misma”.

Así, cuatro décadas después, ha destacado en el panorama artístico por una constante proclividad a expresar las pasiones humanas, tanto en la pintura como en la escultura. Originaria de la Ciudad de México, tomó un sinnúmero de cursos de dibujo, pintura y escultura en el país con diferentes maestros como Eduardo Cohen —quien le enseñó a dibujar— y el cubano Luis Miguel Valdés, así como también participó en seminarios en Estados Unidos.

Destaca también su colaboración con el bailarín y coreógrafo de Butoh, Diego Piñón, del grupo Butoh Ritual Mexicano, con quien realizaba dibujos y pinturas en vivo, plasmando la energía, gestualidad y emociones del cuerpo en movimiento. Con diversos premios y menciones a lo largo de su carrera, ha participado también en decenas de exposiciones colectivas e individuales en museos y galerías en México, Estados Unidos y Sudamérica, e incluso su obra forma parte de importantes colecciones públicas y privadas.

Teresa recuerda con mucha ilusión su participación en el Primer Festival de las Artes del
Deportivo Israelita, donde ganó su primer lugar en escultura y obtuvo una mención honorífica en artes plásticas. “Ese primer lugar en escultura significó mucho, porque fue como una señal de que estaba en el camino correcto”.

Teresa no se detiene y se mantiene activa con una constante exploración de los límites de la plástica sobre el lienzo, encontrando en la práctica una extensión de su propio ser.

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