Observar la obra de Jessica GadGa es comprender la dualidad del ser humano vista a través de su mirada. GadGa, nació en 1977 en Tamaulipas, es egresada de Arquitectura y cuenta con más de 20 años de trayectoria que la catalogan como una gran artista plástica neoexpresionista mexicana.
Texto: Carolina Cázares
Fotografía: Especial
Hay recuerdos que perduran en los rincones de la memoria y se expresan −palpitantes− día a día, definiendo la esencia de lo que somos. En el caso de Jessica GadGa, las reminiscencias del baile que practicó desde pequeña se plasman en las figuras que hoy pinta. Por ello, en sus obras pictóricas podemos encontrar una coreografía, un juego donde los cuerpos fluyen, se desvanecen, se contorsionan o están ahí −estáticos− comunicando el sentir de su creadora: el entender qué hacemos en este mundo. Plasmar con el óleo, en la madera o en el metal los procesos humanos, la dicotomía entre la vida y la muerte, la luz y la sombra, todo lo que converge y conforma al humano en su más pura plenitud.
“Pintar es mi forma de decir las cosas que no sé expresar. Es reflejar a través de imágenes los momentos difíciles que he tenido; mis avances personales. Respecto al grabado, escarbo en el metal para perderme en los surcos y en el brillo de las placas. Cuando el proceso se culmina, tanto para la pintura, escultura o grabado, lo que queda es un regalo”.
La obra de Jessica GadGa, de pinceladas espesas y, a la vez detalladas, está habitada de personajes que convergen con rasgos fisionómicos propios de la artista. Desde el centro a la periferia del lienzo, su paleta es superpuesta una y otra vez para conferir a las formas humanas la viveza carnavalesca de la vida misma. La pintora agota las figuras humanas en el lienzo para brindar al espectador una perspectiva escénica de su propia historia: entes que se aferran, que fluyen en el infinito, que se encuentran, que miran desesperadamente y otros que callan con liviandad.
“El artista se nutre de su cotidianidad, la toma, la desmenuza, la transforma y entonces, si es fiel a sí mismo, produce una obra invaluable”, refiere Jessica GadGa rodeada de personajes que desgarran el espacio y confieren al cuadro de la escena una muestra fehaciente del significado de estar vivo.
En resumen, la obra de Jessica GadGa se caracteriza por un dibujo sutil y contundente, la presencia de la corporalidad humana que se dobla, desfigura y se congela en un tiempo eterno, la geometría pura de un triángulo y los círculos que rompen en luces de colores caleidoscópicas. La pincelada de su alma que se aferra al lienzo y en sus esculturas, un trazo realista con perspectiva, volumen, proporciones cuidadosas y, finalmente, la expresividad lograda a través del dinamismo de la volatilidad humana.