Forjada en bronce. Abstracta. Geométrica, pero con partes orgánicas. Así sería la escultura que abstrajera la personalidad de Manuel. Verdosa o un tanto oscura, pero definitivamente con ciertas luces que se logran asomar.
Por: Mario Preciado (IG: @mariopreciado_)
Fotografía: J. Emmanuelle Elías (IG: @emmanuelle_elias)
Manuel creció en un ambiente nada lejano a la curtiduría. Al tiempo que su papá comercializaba maquinaría para tenerías, transmitía a su hijo las experiencias que traía de Italia, adonde viajaba a causa del negocio familiar. Ya fueran libros o fotografías, aquello que le trajera a su hijo, el pequeño Manuel quedó maravillado desde un principio con el Renacimiento. Siempre hubo una conexión con Italia, afirma.
Su interés por el arte surgió también porque su abuelo y su padre pintaban y dibujaban, en cierta forma ellos trazaron los primeros esbozos de su camino; después de estudiar un año en León la carrera de Diseño Gráfico, ese camino literalmente lo llevó hasta Florencia, llegó convencido de querer dedicarse al Arte y permaneció allí por seis años, cuando originalmente iba por uno. “Era una inquietud que tuve toda la vida, cuando fui creciendo me di cuenta de lo que significa esa ciudad y de alguna manera se dio que pudiera ir (…) Muchas de las bases las aprendí allí”, asegura.
También ha vivido y desarrollado su carrera en Ciudad de México, San Miguel de Allende y León, ésta última su ciudad natal y a la que volvió hace cuatro años. Es un artista al que le llegan recurrentemente solicitudes de esculturas por encargo de particulares, una manera de producir obra que convive bien con su libertad creativa. “Me gusta platicar con el cliente, con quien tendrá la pieza y a partir de ahí proponer”, explica.
El factor tridimensional y la materialidad fueron los que hicieron que se decantara por la escultura. En palabras del artista, en ella los planos son reales y se forma de miles de dibujos en distintas perspectivas. Acerca de su estilo, ha ido cambiando con el paso de los años; hoy, en la cuarta década de su vida, reconoce un estilo más marcado porque hay temas mayormente explorados. Un estilo que evolucionó de lo figurativo a lo abstracto –conservando las bases.
Manuel tiene cuadernos de apuntes y en las noches acostumbra dibujar en ellos, los lleva fielmente a sus viajes; no hay día en el que no dibuje. Varias veces se conjuntan todas sus ideas y de pronto terminan convirtiéndose en alguna pieza. Por el contrario, hay ocasiones en las que tiene en mente una imagen específica, en el sentido de que sabe cómo quiere que se vea la escultura final y busca llegar lo más cercano posible a aquello que imaginó.
“Hay esculturas que han sido muy planeadas y otras que me las voy encontrando en el camino (…) Muchas veces terminan volviéndose algo inesperado; es lo que busco también porque me mantienen emocionado y me motivan”.
Para Manuel, el arte es necesario en la sociedad, pues nos conecta con la humanidad; a pesar de que algunas veces sea reflexivo y otras contemplativo. Ha cambiado en él la manera de entenderlo; de chico, sus primeras piezas se generaron como retracción o introspección. Al llegar a la adultez, no sólo fue una forma de entretenerse, sino que buscaba también representar o decir algo. Luego, pretendió que su obra tuviera un significado conciso.
Manuel vuelve a los años en que fue niño; en el sentido de la simpleza, ver el arte como una manera de fluir, no preocuparse si una pieza tiene o no un estilo parecido a la otra. “El arte no debe ser repetitivo, se supone que hay que crear. Entonces, ya no me pregunto tanto antes de hacer las piezas, simplemente me dejo llevar y disfruto el camino”.