Por: Juan José González Torres (@pepekid)
Fotografía: Cortesía
Conexión, arte y metáfora.
Si existe una obra arquitectónica que puede robar el corazón de las personas, sin lugar a dudas son los puentes. El poder y la magia que significan para nosotros van más allá de su pura funcionalidad. Los puentes son la metáfora perfecta de la unión entre las partes de la comunicación, del intercambio y del progreso.
Tienen un significado simple y profundo ya que te dan el paso hacia el otro lado, hacia lo desconocido, con toda la carga de enfrentar lo incierto y el misterio que rodea el simple hecho de cruzar. Los primeros puentes se realizaron con elementos naturales y servían para permitir salvar de un accidente geográfico como un río, un cañón, un valle o un cuerpo de agua; incluso cuando había algún arroyo o río de por medio o cualquier otro obstáculo físico, como una carretera, un camino o una vía férrea. Fueron, son y serán parte de la historia de la ingeniería estructural. Siempre han estado ahí, todo el mundo ha visto un puente, desde un puente romano -o sus restos- hasta un puente colgante o los más sofisticados puentes como el Golden Gate de San Francisco.
Un puente es una obra de arte que más allá de su arquitectura nos muestra el “don” de debatir y razonar espacios diferentes unidos por una necesidad de correlación, con la finalidad de ser bien entendida e interpretada por el usuario, a tal grado que se nos presente como una bella melodía creada en orden y forma dentro de un entorno, con todos sus matices, timbres y tonos. Si es bien logrado este objetivo, se nos permite vislumbrar al puente como una imagen arquitectónica única, que nos recuerda la más bella sinfonía plasmada. Sin embargo, como cualquier obra de arte, es imposible descifrarla fuera de contexto, sin su entorno y sin la sociedad que la creó.
Por tanto, un puente crea otra dialéctica: la visual con el paisaje, creando o destruyendo el lugar. El puente debe ser algo singular, creado “ad hoc”. O sea, que no sirve para cualquier sitio o circunstancia. Así que es crucial ubicarlo en el lugar, tiempo y función. Quizá David B. Steinman y Sara Ruth Watson fueron capaces de sintetizar lo que el puente significa para aquellos que los amamos profundamente. “Porque un puente es algo más que una cosa de acero y piedra: es la concreción del esfuerzo de cabezas, corazones y manos humanas.
Un puente es más que una suma de deformaciones y tensiones: es una expresión del impulso de los hombres -un desafío y una oportunidad de crear belleza-. Un puente es el símbolo del heroico esfuerzo de la humanidad hacia el dominio de las fuerzas de la naturaleza. Un puente es un monumento a la tenaz voluntad de conquista del género humano”
El proyecto y cálculo pertenecen a la rama de la ingeniería estructural variando infinitamente los diseños, dependiendo directamente del momento histórico, función y geografía, así como sus condiciones técnicas y económicas. El diseño de cada puente (estructuralmente hablando) se verá influenciado por una infinidad de factores, siendo los principales la funcionalidad, el usuario, el obstáculo a cruzar, los cimientos o base de apoyo y los factores externos, todos estos para garantizar la vida y funcionamiento del mismo.
Sin embargo, los factores que más influyen al momento de la estética y el diseño arquitectónico siempre serán el tiempo o momento de la historia en el que este se construya o construyó, la estética, la integración de su entorno y la naturaleza. El puente nunca opera en soledad. Es un tipo de construcción que se nutre del sentido que le insufla otro componente material de la civilización que le precede en la historia y que también puede elevarse a la categoría de metáfora; me refiero al camino, pero el camino, es otra historia. Y bien, ¿cuál es tu puente favorito?