Texto: Redacción Maxwell | Fotografía: Especiales
Emotiva, melancólica y maravillosa. Así puede describirse la más reciente obra maestra del director australiano Adam Elliot, quien, tras diez años de trabajo, nos entrega una historia en stop motion que toca fibras profundas. ‘Memorias de un caracol’ es una invitación a reflexionar sobre las conexiones humanas, la soledad, la salud mental y la posibilidad de comenzar de nuevo. Como bien dice la película: “La vida no se trata de mirar hacia atrás, debemos caminar hacia adelante”.
La cinta narra la vida de Grace Pudel, a quien da voz Sarah Snook (‘Succession’), una mujer cuya existencia está marcada desde el inicio por la tragedia. Su madre muere al dar a luz a ella y a su hermano gemelo, Gilbert, quien se convierte en su héroe y mejor amigo. Ambos quedan al cuidado de un padre alcohólico y deprimido que, años más tarde, también muere dejándolos huérfanos.
Separada de su hermano, Grace crece sola, con los caracoles como sus únicos amigos y acompañantes. Se vuelve coleccionista compulsiva y comienza a sentir que no encaja en ningún lado, mientras sueña con vivir experiencias que parecen nunca llegar.

La historia cuenta con pocos personajes, pero uno de los más entrañables es Pinky, una anciana excéntrica —la única amiga verdadera de Grace—, quien, con su espíritu desbordado y pasado caótico, la impulsa a salir de su caparazón.
Porque sí: muchas veces somos nosotros mismos quienes levantamos muros invisibles que nos aíslan del mundo, olvidando que lo más esencial es la conexión humana.

La película nos deja lecciones sutiles pero poderosas: aprender a valorar los pequeños momentos, practicar la autocompasión y aceptar que la vida, aunque no siempre es justa, es nuestra. Al final, no se trata solo de lo que vivimos, sino de con quién decidimos compartir el viaje.
Una vez más, Adam Elliot logra tocar lo más profundo del ser humano. Esta película incómoda, sensible y visualmente conmovedora nos enfrenta a realidades duras, pero también nos recuerda que no estamos solos.