Por: Carolina Cázares | Fotografía: Cortesía

El pintor es inquieto. Un torbellino de ideas. Un huracán de colores. Cuando te mira, sabes que su cerebro está congeniando ideas. No por nada es el pintor tapatío más reconocido en la técnica de pintura abstracta en Estados Unidos, Europa y, por supuesto, en México.

Juan Carlos Santoscoy hace magia: es un alquimista de colores, diseñador de objetos, obras con explosiones de sentimientos y realidades. La pasión hacia la pintura se la inculcó su padre de quién, a través de sus palabras y de sus imágenes plasmadas en un lienzo, Juan Carlos aprendió de la tinta, él la convierte en la sangre que le da vida a su espíritu. A final de cuentas, todo está allí, esperando una grieta para liberarse. Es por ello que, a los 35 años, dejó todo lo establecido para dedicarse a irrumpir en tejidos sus ideas, sueños y la esencia de la vida.

En Villa Purificación (Jalisco) hay 5,277 habitantes. En Guadalajara hay más de 1,500 millones de personas. En la primera se erige en el centro la Parroquia de la Candelaria con su barda de arcos invertidos. Sus reservas, la Sierra Madre del Sur y de la Silleta, abrazan de verde al municipio. En la segunda, se eleva la Catedral y el Teatro Degollado. Si se pudiera elegir una portada para estos lugares se pondrían las botas de Juan Carlos, inundadas de pintura con destellos de historia y recuerdos. El corazón dividido en dos: un ventrículo para Villa Purificación, el otro para Guadalajara. Si en un comienzo fuimos conquistados por los españoles, Santoscoy pinta la libertad con brochazos desbocados, alegres, triunfantes.

El pintor es inquieto: torbellino de ideas, huracán de colores. Cuando te mira, sabes que su cerebro está congeniando ideas. No por nada es el pintor tapatío más reconocido en la técnica de pintura abstracta en Estados Unidos, Europa y, por supuesto, en México. Santoscoy, además de inspirar pasión hacia el arte, busca sensibilizar a la sociedad. Ser un cambio latente, palpable. “Los proyectos sociales son una gran motivación. Me permiten compartir mi amor por la pintura y la libertad de expresión a través de los colores. El reto es plasmar la esencia que llevas dentro”, habla Santoscoy.

La palabra que se puede aplicar al pintor tapatío es genio; tiene un don, hace algo único, personal, mexicano. Maneja lo simple y lo transforma en líneas y puntos que cobran vida. Sus obras son contundentes, austeras, tienen la sencillez de un alquimista. En sus pinturas pone en la realidad lo que nunca estuvo. “Plasmo almas de niños con movimientos simples. No hay pretensiones. Busco que la felicidad regrese. Que la tinta fluya por las venas y que tejan los sueños del alma. Y al final que sea vida”, dice Juan Carlos.

Si Dios ilumina a los artistas de corazón, Juan Carlos podría ser una luciérnaga. Resplandece para sí mismo y para los demás. Por medio de sus proyectos sociales como Fundación Checo Pérez, Fundación Yo Amo México, Fundación Doctor Sonrisa, Hogares de la Caridad, 12 piedritas y CIRIAC, vincula el arte hacia los sectores marginales y vulnerables. Ahí donde no hay esperanza, Santoscoy llena de colores el espíritu de las casas, de las calles, de las personas.

La conversación va y viene, la voz de Juan Carlos flota en lo espontáneo, en la alegría y profesionalismo. Por cada frase hay energía que fluye desde las abstracciones de su esencia.

“En una ocasión me tocó trabajar con un niño de cinco años: Andresito. Cuando comenzamos a pintar, me di cuenta que la pintura del niño desbocaba pasión, pureza. La conexión que tuve con Andrés es única. Él es un niño huérfano con labio leporino y, de cierta manera, en la pintura encontró un hogar para su alma. Al final de las clases, para Andrés yo era algo más que su maestro, me convertí en su padre. Y ese tipo de cariño no se puede describir con palabras”.

La voz de Santoscoy se corta. Sonríe. Su mirada rememora. Su talento y creatividad destellan y, de repente, toda la estancia se ilumina en miles de destellos azules, verdes, naranjas.