Responsabilidad afectiva, disfrutar lo que hay y lo que no, y renunciar a la adicción a esa pirotecnia afectiva, ayudan a renacer de formas más armoniosas.

Texto: Teresa Almanza Chávez
Fotografía: Cortesía

Por fin estás ahí. ¿Te acuerdas cuando se veía tan lejano, cuando no sabías si lo encontrarías, cuando dudabas si lo lograrías? Pensar en encontrar lo te gusta y estar en ese lugar seguro, donde ríes, te diviertes, donde esa etapa oscura y difícil es ahora la que se ve lejos. ¿Te acuerdas cuando no sabías si encontrarías a alguien en la misma sintonía? ¡Dale!, que ya estás ahí… Y entonces, ¿ya es todo?, ¿esto es lo mío?… ¿Y si hay alguien mejor?… ¿Cuánto tiempo le invierto?, ¿y si no es suficiente?, ¿y si busco algo mejor? Porque siempre hay algo mejor, ¿qué no? Siempre hay mejores autos, nueva tecnología, más mundo, más fiesta, más moda, más formas de vida. Siempre habrá alguien más atractivo, más inteligente, más interesante… ¿será que siempre, siempre hay más? Y ¿será que si lo hay, tendríamos que siempre ir tras lo mejor, lo más?

La respuesta habita en tu interior. Tu intuición y tu sabiduría no tienen margen de error, te lo aseguro. Lo cierto es que muchas veces, esa respuesta que nos habla cada instante elegimos silenciarla por si después viene a hablarnos otra voz. El presente, apropiarnos de lo que somos ahora, de lo que está siendo, de esa impermanencia y muerte/vida constante e inevitable, ésa es la respuesta. Dice don Raúl: “que andas buscando lo que no has perdido”. 

Siempre habrá más de todo y todo mejor, habrá que mirar el propio termómetro del bienestar y equilibrio: más, no siempre es mejor y menos, no siempre es insuficiente. 

Responsabilidad afectiva, disfrutar lo que hay y lo que no, y renunciar a la adicción a esa pirotecnia afectiva, podrían, no sólo aquietar nuestra sed de futuro, también nos ayudan a renacer de formas más armoniosas, a estar vivos en la vida, y sí, a atravesar los miedos que la mayoría de las veces hablan de nuestra propia sensación de insuficiencia y del miedo a conectar profundamente con otros, pero, principalmente nos da miedo encontrarnos con nuestra propia felicidad.

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